De cuando no vale meter el sueño azul bajo las sábanas
Eduardo González
Cuando se arrebatan los exabruptos no hay por que romper la baraja, escupir con el vaso del vino a la cara o dar portazos a la puerta porque no sirve más que para quemar y romper la baraja, malgastar el vino o tener que volver a arreglar la puerta. Les vengo aquí a decir ésto aunque a mí no me apetezca hacerme oír ni a otras personas poner oído. Y éste que lo hace es experimentado en el arte del abandono: cuando el ron dejó de gustarme por el daño a otros lo dejé en la botella por esos otros y para mantenerme yo sereno, cuando el garrote de salto y el mismo salto se me hicieron grandes me quedé en el llano a pasear llanamente y cuando el garrote de pelea me empezó a doler al pelearme con el dolor abandoné al acebuche con el mismo querer y amor con el que lo quise y duele. A nadie debemos cuentas por la misma y sencilla razón que nadie nos las debe y por el derecho que tenemos a no cobrarnos el trabajo de otros. Obligaciones las justas: marcharse con la cabeza sobre el pescuezo y decidir si levantarla o agacharla según el aire que nos haga falta para morir respirando cuando dejar de hacerlo nos llegue. Por esta razón, y por muchas otras, he preferido la experimentación del abandono antes que liarme a inútiles jalones con la baraja, salpicar la cara de otros con lo que la uva mala nos da o dar portazos por no entender que lo que sirve de nada no sirve para nada.
El caso que me trae a este caso es la inútil intransigencia de la Federación del Salto del Pastor Canario de la que fui parte nunca reconocida. Parece ser que a La Revoliá, colectivo que hace más de treinta años con nadie se enfrenta y tan sólo pelea con garrotes de pelea y herramienta, se le comunica la gran sinrazón de su capacidad en el adiestramiento de la diestra. En verdad tal escuela siempre fue zurda y siempre se colocó a la izquierda donde nació. Y siempre lo dijo con toda la mano abierta: dijimos no entender las causas de tirar por la derecha y que nuestro camino no entendía de puertas. Los barrancos estuvieron siempre abiertos y a nosotros no nos correspondía escribir tales endechas ni enredarnos tampoco en cancelas. Pero hoy entienden que han de cerrarles los colegios por su experiencia alegal, indiplomada, desreglada, increditiciamente licenciada y no doctorada tanto en leyes como leyendas. Siniestra, como poco, la intención.
Manolito Guedes y D. Pedro Morales ya nos lo advirtieron: a ustedes no los querrán por llevar la camisa por fuera. Y ya está bien con la camisa, digo yo. Ya está bien de jugar a vestirnos en la casa de otros, con la ropa en el ropero de otros y a escupirles en la cara contra el viento por llevar los pantalones bien puestos o porque tan siquiera ni llevemos pantalones.
El expediente tramitado para la contemplación de Bien de Interés Cultural al que se pretendió con el Salto del Pastor sabrán bien de ello quienes redactaron tanto las letras grandes como las chicas. Sobre la caligrafía empleada nada sabemos a quienes no se nos hiciera partícipes. En todo caso, y en todos los casos, no se puede ser excluyente con aquellos colectivos o personas que decidan no ser parte de tal razón. No se puede eliminar, al amparo de la redacción de un texto que se aprueba con el beneplácito de una conformidad estatutal, una parte de la realidad que forma parte de esa misma realidad. Ni tan siquiera incluyendo en éste una cláusula adicional que reconozca la diversidad, pero que la legisla, se puede enarbolar la grandeza de la magnanimidad y benevolencia que se tiene con lo que es diferente y se es indiferente. Al grano: somos pocos los que sabemos de gofio para ser los dueños del molino. Peor aún: si sabemos mucho de gofio igual se nos ha olvidado el hambre.
La Revoliá decidió no ser parte de la Federación de Salto del Pastor Canario ni de la Federación de Lucha del Garrote ni de la de Juego del Palo. Y explicó y comunicó sus razones. Estuve sentado junto a Miguel aquella tarde, en el pequeño muro de un parterre en el Parque de La Libertad cuando mil novecientos ochenta y ocho, hablando con Jorge Domínguez para decirle que preferíamos mantenernos al margen de sus quehaceres. Con todos los respetos hacia sus pretensiones y con todos los respetos hacía las nuestras. A Guillermo Martínez, de madrugada y en un bar de La Laguna, tuvimos el gusto de rechazar la misma propuesta federativa haciendo gala de nuestros renovados respetos en el mismo año.
Mucho tiempo después, a comienzos de este otro siglo, fue Miguel, en nombre de otros del que ya yo participaba, el que rechazó mi propuesta de crear la Jurria La Revoliá, como apéndice de este colectivo, para incluirla en la Federación de Salto del Pastor. Los argumentos respetuosos fueron siempre los mismos: no se dió nunca oportunidad a nuestra propuesta, nunca se exploró la vía confederativa, siempre se denostó la posibilidad de ir todos juntos en un mismo conglomerado donde se reconociesen las diversidades, las pluralidades, las diferencias y las divergencias. Pero aún así, aún con las pocas ocasiones tomadas a sonrisas en las asambleas y encuentros, expuse mi opinión. Si me permiten la reflexión creo que nos equivocamos los dos al creer que en un estado autonómico se produciría ocasión para la alternativa republicana. Y este uno, más iluso y equivocado que el otro, tendría que aceptar la atadura coronaria y monárquica que sometiese la voluntad individual de los colectivos a una mayor por entender que ésta siempre será subjetiva.
Los argumentos que esgrimimos los adeptos y adaptados a las formas federativas fueron muchos. Uno de ellos era la necesidad, mayormente en el caso del brinco, de cobertura aseguradora para los menores de edad. Las madres y padres se preocupan por sus hijos y tal preocupación deriva en la aceptación de lo que creen mejor para ellos aun a costa de equivocarse.
Otro argumento importante fue el de reconocer en las federaciones un elemento precursor y valiosísimo para el desarrollo de las actividades pretendidas. Nos amalgamaríamos con muchos colectivos de este archipiélago en pro de la consecución de los objetivos pretendidos. Más somos más y juntos nos apoyaríamos a favor de una causa más amplia aún: somos lo que somos y seremos lo que queramos ser.
Al aceptar las reglas del juego, al aceptar que nos impondríamos unas mínimas normas de connivencia, comulgaríamos con los estatutos reglados para tales condiciones: aquellos ya dictaminados por decreto de ley.
En una primera lectura se consideró razonables tales dictámenes: una Asamblea General, donde todos los colectivos estarían representados, tomaría las decisiones. Una junta directiva representaría las decisiones de esa misma asamblea. Lo entendimos rápidamente como una familia con deseos de crecer y creer. Una familia al amparo del Gobierno de Canarias. Pero la letra pequeña articularía nuestros quehaceres: árbitros y jueces que decidirían lo que estaba mal (o lo que es peor: lo que estaba bien), representantes que se representaban a si mismos, asesores de sus asesorías y consejeros de sus propios consejos políticos.
En todo caso se prometió, y nos prometimos, adecuar esas formas de maneras y formas más razonables, adecuadas al caso con el consenso de todas ellas y con la escucha de todos los pareceres. El error fue mayúsculo: desde la Dirección General de Deportes del Gobierno de Canarias, desde sus departamentos legales por decreto real, se advirtió de la imposibilidad legal de cambiar las leyes. Y las leyes que se aplican al ámbito de nuestra cultura, al ámbito de nuestro patrimonio, al ámbito de lo que somos y queremos ser estarán siempre fuera de ámbito por propia naturaleza. No se le pueden poner puertas al campo. Menos aún cuando ni se es carpintero ni se pastorea el risco ni de cabras se tiene la más mínima idea. Peor todavía es intentar hacerlo sin entender la misma humanidad de lo que es humano. Carpinteros, herreros, pastoras, artesanos, agricultoras, arrieros, mujeres, hombres y niños somos personas. Todas y todos, de todos los géneros habidos y por haber, somos personas con la increíble capacidad de serlo: con la insistente y jodida insistencia en serlo.
Pero en todo caso, en este caso, no todo vale y todo nos vale. La riqueza de nuestra cultura (vilipendiada, maltratada, denostada, deshumanizada…y mas adjetivos que nos marean hasta el vómito) nos exige tanto que tanto nos equivocamos. Seguimos creyendo en la familia del salto, creemos en la familia de garrotistas y de juegos de palos. Creemos en las diferencias que nos unen. Pero no podemos creer en la uniformidad que nos separa: no tiene lógica tal monarquía ni ninguna jerarquía que someta la voluntad del ser humano porque la misma tierra que pisamos nos escupiría de ella. Ya escupió a nuestros antepasados.
La Revoliá, diestra o siniestra, tiene todos los perfectos derechos a ser lo que quiera ser. Las Jurrias tienen todo el perfecto derecho a ser lo que quieran ser. Las Federaciones regladas tienen el perfecto derecho a ser lo que quieran ser. Lo cierto, lo que es negable hasta la saciedad, es que ni unos ni otros tiene derecho alguno a que otros sean otra cosa que no desean. No se nos pida que hagamos gala de nuestro currículum ni se nos pida que acreditemos nuestra experiencia porque ofenderíamos a los maestros que, enterrados y descansando en paz, se ofenderían. De ellos aprendimos el respeto que tenemos hacía los demás. Desde finales de los ochenta registramos oficialmente nuestras intenciones como asociación cultural y deportiva sin aspaviento alguno. Nos denominamos entonces Escuela de Garrote La Revoliá por la simpleza de tener un maestro, un techo bajo el cielo y los alumnos que nosotros fuimos. A Manuel Guedes se le tuvo la deferencia de reconocerlo como "Maestro de Maestros" por la facultad así entendida de determinada federación. Entonces ¿Qué carajo somos sus hijos?
No sabemos más que nadie ni menos tampoco. No nos coloquen en esa tesitura. No nos prohíban el conocimiento ni la divulgación de éste. La ignorancia nunca nos ha servido de nada y para nada. Por eso es bueno recapacitar, no romper la baraja, no salpicar con vino en la cara de nadie y no dar puñetazos sobre la mesa. Tampoco meter el sueño azul bajo las sábanas. Y la puerta, para no dar portazos, entre todos quitémosla.
Desde el sureste,
a 30 de mayo de 2018,
Eduardo González.